—Oigan todo ese ruido —clamó doña Nati—. ¿Cómo es que permiten que se martirice a todo un pueblo? Llámense discotecas, vendedores ambulantes, iglesias…
—Ah, no —saltó Osquítar—; si no fuera por las iglesias estaríamos peor.
—Eso hay que discutirlo —contestó el ilustre profesor Gregorio Montebell—; comencemos por decir que estos “permisos” para el bochinche dejan por fuera los derechos de la mayoría, a cambio de beneficios para algunas minorías. Así como los tales permisos se tramitan entre el bochinchoso y el gobernante, así también la guerra interna pone de parapeto al pueblo, que pone los muertos, mientras que los peleones solo se muestran las muelas. El uno mata ciudadanos para presionar gobiernos, y el otro mata ciudadanos para decir que está acabando con los delincuentes. Siempre contra los ciudadanos de a pie.
—Pero dejen a las religiones por fuera —insistió Osquítar—.
—Pues las religiones a lo largo de la historia —respondió Montebell—, por miedo a lo desconocido, han sacrificado inocentes para aplacar fuerzas inmanejables; desde Abraham, que intentó matar a su hijo por un acto de fe; o cuando desintegraron el pueblo que le dio la espalda al mandato divino; o cuando un dios mató a los niños para que cesara la opresión y la esclavitud; o cuando el pueblo está jodido y la respuesta es crucificar al líder social. Es más, las escrituras dicen que si el hijo no obedece hay que matarlo, y, cuando se castiga por pecados, «el castigo alcanza a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos». Las naciones adoraban a sus dioses quemando a sus hijos en el fuego. Y, como dice Jeremías, mal ejemplo tomó el pueblo de Judá que adoptó la práctica de quemar niños en sacrificio a quién sabe quién.
Las sociedades amparan a las religiones y se amparan en ellas; pero hay de todo, como la industria farmacéutica, que crea medicinas para enfermedades que no existían; las guerras acaban con naciones enteras para “salvar” a la humanidad de yo-no-sé-qué-cosas; los Estados Unidos invaden naciones y demuelen las torres gemelas con un montón de gente adentro para “salvar” la democracia; o la industria de los computadores, que vende antivirus para virus que ella misma crea.
En conclusión, mis queridos amigos, la idea es darles duro a los que no pueden defenderse, y, con eso, mostrarles los dientes, a lo lejos, a los que sí tienen cómo defenderse y responder. Escondidos y aculillados, pero valientes y fieros contra los indefensos. Hipócritas, cobardes y desalmados.
@PunoArdila