Agriculturas para la vida: la Mindala

“Soberanía alimentaria es mantener la existencia en el territorio como la cultura ancestral y milenaria que debemos fortalecer con los conocimientos heredados de nuestros mayores, que son garantía de la alimentación, la salud, la identidad y la educación”. Mindala de reflexión de 16 pobladores, del resguardo de Cumbal (Nariño)

Por RUBÉN DARÍO CÁRDENAS*

En los viajes que hago a los distintos rincones de nuestro país, confirmo que Colombia es la nación de la biodiversidad y de la multiplicidad cultural. Nuestra tierra alberga comunidades robustecidas a fuerza de enfrentar las graves problemáticas que las asedian, comunidades guardianas de la vida, herederas de los pueblos nativos, que se esmeran en preservar sus saberes ancestrales. En esta ocasión regresé a Nariño y tuve el privilegio de compartir con las comunidades de Ipiales, Cumbal y Potosí.  Cada mañana despertaba con el canto de los pájaros, sentía la pureza del aire, gozaba el privilegio de contemplar la tierra sembrada como un inmenso tejido de retazos de distintos colores y escuchaba el agua festiva que bajaba de las montañas. En las brumas del amanecer y mordido por el intenso frío, degustaba el contraste de un tinto recién colado. Ante la calidez de mis compatriotas nariñenses, su afán por compartir sus saberes y su compromiso con el cuidado de la tierra, me aguijoneaban dos preguntas: ¿Por qué hemos desatendido durante tantos años los saberes que guardan nuestras comunidades ancestrales? ¿No son acaso el mejor ejemplo en el cuidado responsable de la tierra?

Mientras escribo se me enredan sus palabras de origen indígena. Suenan a tierra feraz, son palabras que buscan la hermandad y la cosecha, el intercambio de los frutos, palabras de rituales y tradiciones que preservan el tejido social, palabras que saben a ollucos, papas, pan de maíz y cuy. Se me asoman los rostros serenos de las mujeres que cuidan las semillas, de los hombres que se las ingenian para multiplicar las composteras, unos y otros apoyándose para sacar adelante sus chagras y emprendimientos, herencia invaluable de nuestros tatarabuelos indígenas.

“Todo está en la Mindala”, nos dice con  orgullo, Leónidas Valenzuela, sabedor ancestral de Cumbal, algo sencillo y vital: “intercambiar pensamiento y hacer amigos”. No concibe el egoísmo y la visión depredadora que personajes de la vida pública, como el presidente Trump, ventilan con orgullo, como tristes pistoleros del Viejo Oeste. La Mindala, vocablo indígena, que implica: “construcción colectiva del pensamiento y trabajo grupal, para generar nuevos saberes, conocimientos e identidad cultural”, es el espíritu ancestral que cohesiona a las comunidades y les permite sacar adelante proyectos de autogestión e intercambio. El legendario “todos ponen, todos comen” llevado a la práctica en el laboreo, el trueque, la minga y el enteje: “Me ayudas hoy, mañana te ayudo yo.”

Leónidas magnifica las bondades de la chagra, unidad productiva que los resguardos han preservado con celo, por ser esencial para tener control sobre la producción de los alimentos y garantizar el cuidado de la tierra, del agua y, en especial, de las semillas. Hogar y chagra van de la mano, ella es fuente de subsistencia, atadura a la tierra y la comunidad, árboles y huertas que los hace participes de los ciclos de la vida, espacio de conversación cariñosa con el suelo, con el fluir del agua, los dedos prodigiosos del sol alargando los  tallos y los bulbos, la posibilidad de cuidar los animales que danzan su existencia.

En las chagras se preserva una agricultura sostenible, se da prioridad a abonos orgánicos en lugar de insumos químicos y se promueve el trabajo colaborativo de comunidades autofinanciadas que reemplazan los créditos de altos intereses de la banca comercial, por créditos a tasas muy bajas de sus fondos de ahorro comunitarios. Leónidas nos cuenta cómo se ha ido replicando la creación de los fondos de ahorro. Iniciaron en el 2012 con un capital de cinco millones. Rápidamente esta cifra se multiplicó y se crearon otros fondos: cinco en Potosí, dos en Cumbal, dos en Ipiales. Todos suman 700 millones y ofrecen prestamos de hasta 20 millones, con la satisfacción de saber que estos dineros benefician a las comunidades.

Los fondos de ahorro dinamizan la economía regional y posibilitan el beneficio mutuo de las Mindalas de intercambio. En palabras, llenas de sabiduría, de Leónidas: “Lo que tenemos nosotros les sirve a ustedes y lo que ustedes tienen nos hace falta a nosotros”. En 2011 inició la primera Mindala, con 300 familias en el resguardo de Pastas Aldana, con el intercambio de 6 toneladas de alimentos. Un “toma y dame” que empezó con las comunidades cercanas a Ipiales, San Juan y Potosí y en los últimos años ha abarcado  dimensiones departamentales, superando las 35 toneladas de alimentos intercambiados.  

La Mindala garantiza la soberanía alimentaria de las comunidades, dando prelación al cuidado de la Madre Tierra. Sus pobladores retoman las prácticas de sus antepasados e intercambian experiencias exitosas, como la siembra en terrenos de ladera para evitar la erosión, la instalación de composteras y el uso de abonos orgánicos. Una vez detectado el problema, la comunidad intercambia ideas y saberes para encontrar una solución. De nada sirve la ciencia si no sirve para apagar el hambre, si no sirve para mantener lozana y florecida la piel de la tierra y de nada sirve la ciencia si no se aterriza a los problemas cotidianos del sustento y la cocina. Leónidas lo dice de una manera coloquial: “Siempre se me ha ocurrido que las cosas tienen que “alpagatizarse”: toda la ciencia tiene que llegar a los pies de los productores”

De regreso a mi terruño, en mi paso por la gran ciudad, vengo recargado de aire puro y del afecto de manos generosas. Estas palabras intentan hacer Mindala, compartir lo que ellos me regalaron, pensamiento y amigos.

@ruben_dario1958

* Rubén Darío Cárdenas nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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