Cantera de saberes… ¿o escuela de papel?

Por RUBÉN DARÍO CÁRDENAS*

El cerebro humano es la perla de la creación: la evolución se tomó 30 millones de años en fabricar más de 85 mil millones de neuronas, las redes del pensamiento que custodian nuestra conciencia e identidad. Gracias a ellas nuestros escolares logran descifrar el alfabeto, desentrañar la naturaleza de la célula o deleitarse con un poema de Borges. ¿Puede concebirse una escuela que congele el deseo de saber? ¿Por qué la educación pública sigue en deuda con los estudiantes que acuden a sus aulas?

Las cifras no mienten. La deserción escolar en colegios públicos y los bajos resultados en las pruebas Saber 11 muestran la ventaja que nos ha tomado la educación privada. Para 2014, el puntaje promedio del sector oficial en calendario A fue de 250, y para 2023 ascendió a 252 de 500 posibles ¡En diez años hubo solo una diferencia positiva de dos puntos! En las pruebas PISA los niveles van del 1 al 7. Los estudiantes que alcanzan el nivel 2 comprenden la información literal de un texto, en matemáticas son capaces de representar una situación simple como una distancia y entender una cuenta, en física comprenden la explicación de fenómenos como la lluvia. No obstante, en Colombia, el 40 % de evaluados no alcanzan el nivel 2.

¿Cómo fraguar una mejor educación?  En este cuarto de siglo se han tomado medidas para lograrlo, pero los resultados no asoman.  El sector educativo tuvo el mayor presupuesto nacional de 2024, el más alto históricamente, con una asignación de $70,4 billones. Buena parte de esta cifra se asignó a calidad, cobertura y fortalecimiento de la educación inicial, básica y media. El gobierno actual ha realizado una fuerte inversión en infraestructura y en la tecnología educativa. La formación académica de los docentes ha mejorado también. El 53,46 % de los maestros del sector oficial cuenta con estudios de posgrado. Las condiciones salariales de los maestros oficiales compiten con las condiciones que ofrecen los colegios privados. Este componente, de maestros bien preparados y bien pagos, debería traducirse en la escuela con mejores resultados en las pruebas estandarizadas. Sin embargo, el fenómeno de la deserción escolar persiste, y las prácticas de aula, que solo llevan a perder el tiempo, aún caracterizan a nuestras escuelas públicas.

¿Cómo se explica que muchas instituciones privadas, sin tener mejores recursos tecnológicos ni mejor infraestructura, ni contar con las capacitaciones de los docentes ofíciales, obtengan mejores resultados que las oficiales?

Existe una lógica perversa que explicaría por qué un mayor presupuesto en educación deriva en peores resultados: el MEN estipula que deben priorizarse las instituciones con bajos desempeños para ser acompañadas en los Planes de Mejoramiento Institucional (PMI). No obstante, los secretarios de educación, los contratistas encargados de controlar y supervisar llegan a estos cargos apoyados por políticos de turno, con el compromiso de devolver el favor. Esto explica la ausencia de una evaluación rigurosa de los profesionales y de sus propuestas pedagógicas, por lo que estos acompañamientos son improcedentes, reduciéndose casi siempre a talleres de una sola jornada en actividades sin contexto, pues desconocen el entorno cultural y social de la escuela visitada.

En Cali, por ejemplo, tenemos varias instituciones con más de 12 sedes educativas, y más de 2000 estudiantes. No es extraño que se cancelen las clases. Cuanto más bajos son los desempeños de la institución, mayor es el número de operadores, la cantidad de acompañamientos, y más días sin clases. Por otra parte, Fecode antepone como condición a estos procesos que no se les exija a los docentes participación en el aula, sustentando una posición de “libertad de cátedra”, que no significa otra cosa que exonerar al maestro de cualquier exigencia de mejoramiento. A esto súmese la desescolarización repentina y repetitiva por cuenta de las luchas sindicales, cuyo exceso afecta el cumplimiento de los curriculums educativos.

El pedagogo Julián De Zubiría ha planteado que tenemos el mejor sistema educativo, pero que desgraciadamente todo queda en el papel. Muchos especialistas aportaron al diseño de los Lineamientos Curriculares y avanzamos hacia la autonomía institucional. Hasta finales del siglo pasado, no contábamos con el criterio de “calidad educativa”, solo se hablaba de eficiencia, teniendo a la cobertura y promoción como únicos criterios. Actualmente, la estrategia incluye tres componentes: los estándares básicos de competencias, los planes de mejoramiento, y las evaluaciones.

Definir los estándares básicos de competencias como “un saber hacer” les otorga la suficiente plasticidad para ser acogidos en cualquier contexto, y la coherencia de su diseño provee elementos para la interdisciplinariedad. El decreto 3782 traslada el proceso de evaluación de los docentes a la autonomía institucional. Bajo esta reglamentación, el docente evaluado acuerda con el rector las “contribuciones individuales” por las que será valorado su desempeño, ciñéndose a su área académica, al contexto, y a las metas institucionales.

Las contribuciones individuales son objeto de seguimiento durante el año, culminando con un plan de mejoramiento personal. Fecode descalifica este proceso por considerarlo un ejercicio punitivo que amenaza la estabilidad laboral del docente. Sin embargo, después de más de 15 años de aplicación, todos los docentes aprueban la evaluación con puntajes por encima del 90% ubicándose en la categoría “sobresaliente”. Fecode no acepta que los resultados de los estudiantes en las Pruebas Saber sean un criterio a tener en cuenta en la evaluación de los maestros.    

En suma, el presupuesto, la formación de los docentes, la infraestructura, los lineamientos y referentes de calidad han mejorado, pero esto no se refleja en las aulas. Quizá porque no se ha puesto el acento en el docente, quizá porque su presencia en el aula ha sido desplazada por funcionarios inútiles, o tal vez porque la evaluación docente es tan laxa que se han perdido los criterios mínimos de eficiencia y compromiso.

¿Puede concebirse un maestro que solo sabe repetir un libreto, un maestro ausente, uno que no está en su trabajo por vocación? El maestro es ejemplo y huella.  Apagar el ímpetu con el que llegan los estudiantes a la escuela es una forma de faltar a nuestro compromiso como profesores. En palabras de Freire: “Debo revelar a los alumnos mi capacidad de analizar, de comparar, de evaluar, de decidir, de optar, de romper. Mi capacidad de hacer justicia, de no faltar a la verdad. Mi testimonio tiene que ser, por eso mismo, ético.”

Reducir la brecha social pasa por brindar educación de calidad a nuestros estudiantes, pasa por pensar la escuela como espacio que da alas y no como uno que las corta.

@ruben_dario1958

* Rubén Darío Cárdenas nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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