Hacia una democracia transformadora y solidaria 

Por CARLOS MEDINA GALLEGO*

Colombia atraviesa una profunda encrucijada histórica. Tras décadas de conflicto armado, exclusión social, corrupción sistémica y una institucionalidad debilitada por intereses particulares, enfrenta el reto de reinventar su democracia. La democracia representativa de corte liberal –heredera de la tradición burguesa– ha sido incapaz de responder a las demandas de justicia, inclusión y equidad que claman desde los territorios, las comunidades y los sectores históricamente marginados. En este contexto, se hace urgente construir una nueva Cultura Política que confronte los vicios del modelo actual y se funde en valores profundamente humanos y transformadores.

La democracia colombiana ha sido, en muchos casos, una formalidad vaciada de contenido social. Las élites políticas y económicas han capturado al Estado, mientras la ciudadanía ha sido relegada al papel pasivo del votante ocasional. Las instituciones, aunque formalmente democráticas, reproducen desigualdades, perpetúan exclusiones y, muchas veces, silencian las voces disidentes. A esto se suma una cultura política arraigada en el clientelismo, el miedo, la apatía y la violencia como método de resolución de los conflictos. Todo ello nos obliga a repensar radicalmente la forma en que entendemos y practicamos lo político.

Una nueva Cultura Política en Colombia debe nacer del respeto profundo por la diferencia, en un país que es étnica, cultural y territorialmente diverso. El racismo estructural, el clasismo, la homofobia, el patriarcado y la exclusión de los pueblos indígenas y afrodescendientes deben ser confrontados con decisión. La política no puede seguir siendo un espacio de homogenización ni de imposición, sino un lugar de encuentro, diálogo y construcción colectiva. Reconocer al otro y a la otra en su diferencia es el primer paso hacia una verdadera democracia intercultural.

Esta cultura también debe fundarse en la unidad sobre lo fundamental. En Colombia, la historia nos ha enseñado que los acuerdos políticos muchas veces han estado marcados por el cálculo y no por la convicción. Pero hoy, más que nunca, necesitamos una unidad ética y política que garantice lo básico: el derecho a la vida, a la paz, a la tierra, a la salud, a la educación, al agua limpia, a la participación y a un futuro sin miedo. Esta unidad no borra las diferencias, sino que se construye a partir de la conciencia de que hay mínimos que no pueden ser negociables.

La solidaridad, por su parte, debe ser el antídoto contra la indiferencia y el individualismo que han desgarrado el tejido social. En una sociedad atravesada por el conflicto, la desigualdad y la desconfianza, es vital reconstruir los lazos comunitarios y promover una ética del cuidado. La solidaridad no puede ser un gesto esporádico, sino una práctica política cotidiana que se manifiesta en la defensa de lo público, en la protección de los más vulnerables y en el fortalecimiento de los procesos colectivos.

Esta nueva Cultura Política no puede quedarse en el discurso. Debe traducirse en acciones concretas y transformadoras. Implica fortalecer las organizaciones de base, los cabildos, las asambleas populares, los procesos de paz territorial, las pedagogías críticas y las economías alternativas. Requiere un compromiso activo con la justicia social, la memoria histórica, la verdad y la no repetición. También demanda una nueva generación de liderazgos éticos, transparentes y comprometidos con el bien común, no con la acumulación de poder.

Colombia tiene hoy la posibilidad de transitar hacia una democracia auténtica, construida desde abajo, desde los territorios, desde las resistencias y desde los sueños colectivos. La nueva Cultura Política que necesitamos debe ser profundamente democrática, incluyente, solidaria y transformadora. Debe romper con la lógica del privilegio, rechazar toda forma de violencia como mecanismo político, y abrir caminos hacia una convivencia plural, justa y digna.

Construir esta cultura es un reto de largo aliento, pero también una necesidad urgente. No se trata solo de cambiar leyes o instituciones, sino de transformar las mentalidades, las prácticas y los imaginarios que han sostenido la exclusión y la injusticia. Es, en definitiva, una apuesta por la esperanza activa y por un futuro en el que la política vuelva a ser el arte de cuidar la vida en común.

* Carlos Medina Gallego es Doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, profesor de la misma Universidad. 

@CarlosMedinaG1

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