La campaña de 2026 ahora tiene fiebre amarilla

Por HUBERT ARIZA*

En Colombia, como en Macondo, la realidad supera la ficción y la dinámica política tiene una velocidad de vértigo. En un país cuya agenda mediática se mueve entre la polarización y la incertidumbre, la guerra, la corrupción y los recurrentes problemas sociales, el protagonismo lo tiene hoy el zumbido del zancudo Aedes aegypti que transmite la peligrosa fiebre amarilla, que según el Gobierno nacional, amenaza a la población y ha obligado a declarar la alerta sanitaria, imponiendo restricciones de movilidad y la vacunación masiva.

No se trata, por supuesto, de otra pandemia como el Covid-19, pero la mayoría de colombianos -excepto los políticos de oposición más radicales- aprendieron en los largos meses de aislamiento global y anuncios de fin de mundo, de hace apenas cuatro años, a tomarse en serio las declaraciones gubernamentales sobre riesgos a la salud y la vida. Y, por supuesto, a cumplir los protocolos de autoprotección y las normas de convivencia en la contingencia.

La crisis sanitaria comenzó con un pico epidemiológico en el departamento del Tolima, al sur del país, que según cifras oficiales, hasta hoy, le ha costado la vida a 23 personas. La situación, que inició en noviembre de 2024, y había tenido un manejo regional, obligó la respuesta del ministerio de Salud, que decretó una alerta hospitalaria nacional, el pasado miércoles, lo que obliga una acción coordinada de Gobernadores y alcaldes, la activación de las EPS y la disciplina ciudadana que, con responsabilidad, está respondiendo a la crisis. 15 departamentos, de 32, están en riesgo de contagio en todos sus municipios. Los más afectados han sido Tolima, Meta, Putumayo y Caldas.

Este episodio ha recordado lo aprendido como sociedad y Estado en los años recientes de la pandemia, con áreas de vacunación en centros comerciales, plazas públicas, salones comunales y puestos de control en carreteras, con largas filas de personas, muchas bajo el sol en zonas de alto riesgo epidemiológico, vacunándose de manera gratuita para salvaguardar su vida y obtener el carné respectivo. La Semana Santa del 2025, sin duda, será recordada como la de la fiebre amarilla en la que además de descansar y veranear el plan vacacional incluyó, para miles, una dosis del antiviral correspondiente, del cual el Gobierno nacional anunció hay suficientes reservas.

El protagonismo, en este episodio, lo ha tenido el ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, quien ha ganado puntos en el sanedrín presidencial por su férrea defensa del accidentado proyecto de ley de reforma a la salud. Ante la crisis, el pasado miércoles, el funcionario señaló: “Ya le hemos pedido a cada ente territorial que debe tener un hospital, a dónde se dirigen las personas que sufran la enfermedad, para desde ahí ejercer un control claro y definitivo sobre ellas. La EPS, como lo han venido haciendo, tienen que buscar todos los mecanismos para apoyar también estos equipos básicos para mandar transporte, vacunadores y personas que puedan recorrer todos los territorios”.

Por supuesto, nada en Colombia es indiferente a la campaña política. Y una declaratoria de emergencia sanitaria es vista por la oposición como una medida exagerada y un nuevo truco del Gobierno nacional para tomar decisiones extraordinarias que faciliten el trámite de su agenda política y el logro de las metas económicas, especialmente para superar el enorme déficit fiscal heredado y cumplir las ambiciosas metas sociales.

El debate político se avivó, precisamente, con un trino del presidente Petro en el que señaló que “voy a decretar la emergencia económica, después de la sanitaria. Pero no por lo que dicen los contrabandistas, lavadores y petroleros que son los que vienen dominando la política económica de Colombia, sino por algo simple y contundente: LA VIDA”. El jefe de Estado, además, descalificó a la gobernadora del Tolima, Adriana Magali Matiz, por, supuestamente, no haber ayudado a contener el virus, girando los recursos necesarios al sistema de salud. También acusó de negligencia al alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, por no haber “querido configurar los equipos básicos de salud que son imprescindibles para hacer una vacunación rápida en toda la ciudad”.

“Presidente Petro, no mienta sobre mi”, respondió en X la gobernadora tolimense. Galán, a su vez, señaló que “es importante consultar a los expertos”, descalificando las advertencias de riesgo epidemiológico en Bogotá, debido al cambio climático, como señaló el jefe de Estado.

Lo cierto es que la temperatura política se ha elevado por este brote de fiebre amarilla, que pone a prueba el sistema nacional de salud, la capacidad de respuesta de las autoridades territoriales y las EPS y el aprendizaje ciudadano después de dos años de pandemia y el trauma colectivo del encierro. Pero ante todo, le mide el aceite a la clase política y, en especial a la derecha, que anda desesperada buscando una veta electoral que les permita tomar la delantera en el debate electoral del 2026.

La salud es uno de los temas del debate presidencial en ciernes, junto con la seguridad, la corrupción, la situación económica e internacional, y, por tanto, la derecha buscará beneficios electorales tratando de amplificar los vacíos del modelo de salud y las críticas de los pacientes por la falta de medicamentos, agenda de especialista y cirugías. El Gobierno nacional, a su vez, se esfuerza por demostrar responsabilidad, eficiencia y liderazgo en el manejo de la situación generada por el virus, ajustando el sistema nacional de atención de emergencias y demostrando que tiene capacidad de reacción, vacunando a millones de colombianos de los 15 departamentos en riesgo. Además, aprovechará para acelerar su narrativa sobre la necesidad de la reforma a la salud, cuyo proyecto de ley sigue frenado en el Congreso de la República. Es claro que el control eficiente de la fiebre amarilla ayudará en mucho a la salud del proyecto político de Petro en 2026.

Hace algunos años las elecciones en Colombia estuvieron marcadas por las olas: la amarilla, de Lucho Garzón; la verde, de Antanas Mockus; de la seguridad, de Uribe; de la paz, de Santos. Las de 2026 comienzan con fiebre amarilla, convulsiones arancelarias, taquicardia migratoria, incontinencia verbal de una derecha que no encuentra el norte de su victoria y las enfermedades huérfanas de la izquierda daltónica.

@HubertAriza

* Tomado de El País América

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