Por HUBERT ARIZA *
Pocas veces la política internacional se ha hecho tan importante para definir el futuro de Colombia. Es un lugar común decir que Colombia es un país andino que ha vivido a espaldas del mundo, concentrado durante décadas en complacer a Estados Unidos, altamente dependiente, aislado en las montañas, perdido en la selva, ensimismado y atascado en sus guerras insurgentes, ejércitos irregulares y economías ilícitas. Con Gustavo Petro en la Presidencia, el país ha explorado, en medio de sus recurrentes crisis internas y falta de gobernabilidad, escenarios de apertura y acercamiento tratando de insertarse de manera más efectiva en la comunidad internacional y ganar aliados en su lucha por una agenda centrada en convertir a Colombia en potencia de la vida.
La agenda oficial en el campo internacional, sin embargo, cambió abruptamente y de manera radical, con el ascenso de Trump. El episodio del enfrentamiento de Trump con Petro, por el tema de los nacionales deportados y la amenaza de imposición de aranceles si no se obedecía, sigue siendo una herida en las relaciones comunes, no sanada del todo.
La avalancha de información global copa ahora la atención de un país acostumbrado a consumir contenidos sobre el conflicto armado interno, la corrupción, la debacle del sistema de salud y la inseguridad urbana, y no sobre la guerra de aranceles desatada por Trump, que sacude el planeta y ha inaugurado una era de incertidumbre y caos que protagoniza, además, un equipo de supermillonarios empoderados, con Elon Musk a la cabeza.
Es imposible para cualquier colombiano no sentir el impacto de lo que acontece más allá de la cotidianidad macondiana de un país afectado por la recurrente tormenta política, que atrofia la democracia y alienta las narrativas de derecha.
La guerra comercial de Trump contra México, Canadá, China y Europa, y su voluntarismo en la definición de un nuevo orden internacional de garrote, exclusión, totalitarismo y amenaza de aranceles a quienes decidan no plegarse a sus dictámenes, han generado una ola de profundas transformaciones económicas, políticas y sociales que afectan la estabilidad mundial.
La cruzada contra la inmigración ilegal ha mostrado la peor faceta de una extrema derecha ultranacionalista y aislacionista, expansionista e imperialista, que repudia al más débil, lo deshumaniza y lo marca como delincuente e incentiva una verdadera cacería humana, como en las viejas películas del oeste americano, en la que los otrora héroes salían a cazar indios pieles rojas y el más fuerte era el que mataba más “salvajes”. El contador diario de deportados pareciera ser el nuevo símbolo del poder americano de la extrema derecha.
El mandatario de Ucrania, Volodímir Zelenski, atraviesa el infierno de esa nueva política de garrote con la que Estados Unidos ha congelado la asistencia militar y el apoyo político a ese país invadido por Rusia. Trump mostró al mundo, en directo, en uno de los episodios más dramáticos de la diplomacia americana, que está más cercana al invasor que al invadido, echando a Zelenski de la Casa Blanca como a un indeseable, y ratificando que desde su óptica Europa y Ucrania están fuera de cualquier solución de ese conflicto bélico, que lleva más de tres años y ha cobrado cientos de miles de víctimas.
Trump ha obligado el rearme europeo y el despertar militar de Alemania, alentando el resurgimiento de un sentimiento antinorteamericano global, que ha minado la autoridad ética de un país que se vanagloriaba de dar clases de democracia, defensa del libre mercado y los derechos humanos, solo hasta hace unos meses.
El boicoteo a los productos made in USA crece como una respuesta de la sociedad afectada por las decisiones de un presidente que ha convertido los aranceles en el INRI de la integración y el libre mercado.
Trump ejerce un liderazgo en el que promueve el miedo, no el respeto, y se alinea con quienes contribuyan a sus objetivos de ganar mayor territorio, poder económico y militar, dejando atrás la solidaridad, la libertad y la democracia. En el nuevo escenario China tiene mayores argumentos para expandir su influencia, Rusia aumenta su poder intimidatorio sobre Europa, América Latina parece irrelevante para Washington, excepto cuando el primer mandatario de la potencia habla de expropiar el Canal de Panamá o acceder al petróleo venezolano. Colombia, el principal aliado de Estados Unidos por décadas, tiene a su vez dos elementos esenciales para el futuro de la humanidad: biodiversidad y reservas de agua. Los más alarmistas argumentarán que en algún momento Trump también podría querer acceder a esa riqueza, al igual como amenaza con tomarse a Groenlandia por cualquier vía.
El mundo desde el pasado 20 de enero parece haber regresado a 1933, cuando la Segunda Guerra Mundial comenzó a fecundarse bajo el liderazgo de un monstruo fascista que decidió devorarse la paz mundial, corriendo las fronteras e intentando borrar de la faz de la tierra a los diferentes. La tercera guerra mundial, el holocausto nuclear, hoy ya no es una hipérbole futurista.
Un elemento que ha impactado a Colombia es la eliminación de la agencia de cooperación americana, USAID, que suprimió más de 400 millones de dólares anuales, afectando la justicia transicional y dejando a la deriva cientos de comunidades empobrecidas y afectadas por el conflicto armado, la depredación de los ecosistemas, la erosión de las libertades. En momentos en que Colombia padece un profundo déficit fiscal, y las gobernaciones y alcaldías viven tiempos difíciles, el presidente Petro ha anunciado, como símbolo de dignidad, que Colombia asumirá los costos de los programas de USAID. Con las arcas vacías parecen solo buenas intenciones en tiempos electorales.
El escenario internacional obliga a Colombia a preguntarse qué tipo de liderazgo necesita para enfrentar la agresiva política arancelaria y de expansión de Trump. ¿Tenemos la Cancillería adecuada para soportar los nuevos tiempos? ¿Existe un plan de fortalecimiento de la diplomacia nacional? ¿Es Laura Sarabia la persona adecuada para ese cargo, atormentada por las denuncias de corrupción que rondan su paso por el Estado? Aunque la política exterior la dirige el presidente de la República, es un asunto que debería convocar a la unidad nacional. Los escenarios futuros son preocupantes. Colombia es una esquina del hemisferio occidental demasiado apetitosa para un espíritu expansionista.
En mayo de 2026 se conocerá el nombre del sucesor de Petro, quien no se siente derrotado y ha volcado todo el Estado en el objetivo de garantizar la reelección de su proyecto político, haciendo un recambio de gabinete, mezclando ortodoxia política y aventurismo revolucionario, usando la televisión nacional como instrumento de posicionamiento y seducción política, invirtiendo en las regiones gran parte de los 500 billones de pesos de presupuesto nacional, y llamando a la gente a las calles para movilizar su electorado y desafiar, desde ahí, a la derecha, que sigue sin reaccionar, con su máximo líder sentado en el banquillo de los acusados.
Es mucho lo que puede pasar en un año, antes de que los colombianos acudan a las urnas. Pero todo cuanto suceda con Trump, con la redefinición de los roles de las potencias y el diseño del nuevo orden internacional, impactará la voluntad de los electores. Esta vez el país tendrá que preguntarse si elige a quien prometa seguir de manera obediente la estrella polar, o a quien tenga la capacidad de comprender la dinámica realidad global y las agallas para defender la soberanía nacional y los intereses vitales, sin arriesgar la libertad, el bienestar y el territorio. El discurso nacionalista estará presente en el debate de 2026, alentando la narrativa de que el imperio contraataca en la tierra del universo del hijo de Aracataca. Y no es realismo mágico, sino hiperrealismo trumpiano, como el que vive hoy Ucrania y sacude a Europa.
@HubertAriza
* Tomado de El País América