Cien años de soledad en Netflix: buena adaptación, mala actuación

Por GERARDO FERRO ROJAS

Anoche vi los primeros tres capítulos de la primera temporada de Cien años de soledad en Netflix. Contrario a lo que me esperaba, debo decir que me gustó. Me gustó la adaptación porque se trata de eso: de adaptar una novela a otro lenguaje, no de hacer una versión audiovisual del libro. No creo que exista un lenguaje desde lo audiovisual que pueda emular o acercarse siquiera al lenguaje literario de esta novela.

La palabra, en Gabriel García Márquez y sobre todo en Cien años de soledad, es desmesurada, enorme, barroca, exagerada, torrentosa y profundamente poética. La imagen también puede ser profundamente poética, desmesurada y barroca, por supuesto, pero ¿cómo acercarse desde la imagen a la oralidad desbordada de Cien años de soledad? Por eso mismo, la imagen tiene su propia poética, su propio lenguaje, su propia narrativa y estructura. En cuanto a la estructura, los guionistas intentaron sus propios recursos más allá de una alta fidelidad al libro de origen. Es decir, al menos hasta el tercer capitulo, la adaptación funciona, la serie va planteando su propia manera de contarse.

Otra cosa es la poética de la imagen. Si bien la fotografía y la ambientación son bellas y bien logradas, muchas veces la imagen no logra captar por sí sola la naturaleza del realismo mágico. Que no es ni surrealismo ni ensoñación onírica. Hay al menos dos momentos en los que esa poética se pierde o desperdicia: el encuentro con el galeón español en medio de la selva, que sucede rápido y sin mayor interés, y el encuentro con el hielo, quizá imperdonable tratándose de un momento fundamental.

Las actuaciones fueron lo que menos me gustó. El José Arcadio Buendía joven (Marco Antonio González) no me convence; el mayor, en cambio, es mucho más convincente (Diego Vásquez es un gran actor). Susana Morales, la joven Úrsula Iguarán, tiene momentos brillantes, pero su presencia no parece tener la fuerza de carácter que arrastra el personaje original. Quizá la Úrsula mayor, encarnada por una actriz más experimentada (Marleyda Soto), pueda alcanzar la fuerza y espíritu descomunal del personaje femenino más importante de la historia. Pero mi mayor decepción es la voz narradora, no por el recurso en sí, que encuentro apropiado para generar tensiones y saltos temporales, sino por la actuación misma. Me parece una voz floja, demasiado lineal, sin matices, sin profundidad, aburrida, como si estuviera leyendo sin sentir lo que se lee, sin creer lo que se dice, sin la fuerza necesaria que requiere ser la guía en un mundo que es la representación de la historia de un país y un continente.

Ver en imágenes el paso del tiempo, la aventura fundacional de mujeres y hombres en busca de un lugar donde ser felices, donde levantar una casa y construir su historia, es quizá lo que más me ha gustado. Macondo se formó como resultado de un trabajo conjunto; cuando la memoria se pierde y olvidamos quiénes somos y quién es el otro, entonces también el lugar donde vivimos se desdibuja, se pierde, se desmorona, tal como ocurrió con el pueblo durante la peste del insomnio. Tal como ocurre en un país desmemoriado como Colombia.

Y bueno, muchos años después, en la sala de mi apartamento, frente a las imágenes proyectadas de la novela en la pared, volví a recordar aquella tarde remota en que leí por primera vez Cien años de soledad. Es imposible no volver ahora a sus páginas, no desde la confrontación de dos lenguajes, sino desde la complementación de ambos. Créanme, mientras nosotros y nuestras estirpes tengamos una nueva oportunidad sobre la tierra, siempre será una buena opción releer Cien años de soledad.

@GFerroRojas

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