En la tensión diplomática vivida entre USA y Colombia hay de fondo tres fenómenos a analizar: 1-La empresarización de la democracia. 2. La lumpenización de la política y 3. La supremacía anglosajona. Los tres fenómenos han de servir para explicar una situación que podría calificarse como curiosa: ninguno de los colombianos deportados tiene antecedentes penales, mientras que Donald Trump sí los tiene.
El octogenario golfo y presidente de los EE. UU. dijo que se trataba de jefes de carteles de la droga y peligrosos delincuentes que deberían ir encadenados porque representaban un peligro para la seguridad del avión que los traería de regreso. Entre los 201 ilegales deportados llegaron 26 menores de edad. Recordemos que Trump en su calidad de expresidente y candidato presidencial fue declarado culpable de 34 cargos penales graves. En términos coloquiales y simples, la actitud criminal de Trump ya fue probada por la corte de Manhattan, presidida por el juez de origen colombiano, Juan Manuel Merchán, mientras que los repatriados no tienen mancha alguna y mucho menos deudas penales con los sistemas de justicia de USA y Colombia.
Hablemos de la bancarización de la democracia. El primero de los tres fenómenos señalados da cuenta de la captura empresarial de las instituciones democráticas y de las institucionalidades derivadas, lo que valida la histórica participación de ricos empresarios americanos en la política electoral. Trump es un magnate cuyo poder económico le alcanzó para llegar a la Casa Blanca, con el apoyo de otros millonarios mecenas como Elon Musk, con el claro objetivo de naturalizar la empresarización de la democracia americana y por esa vía, la lumpenización de la política.
Su enorme fortuna y el sistema político le permitieron posesionarse como el presidente número 47 de los Estados Unidos a pesar de haber sido condenado por haber cometido graves delitos. Trump, entonces, representa a la bancarización de la democracia y a la evidente lumpenización de la política americana. Trump es un hombre violento, puto, evasor de impuestos y falsificador de documentos privados y públicos.
La “curiosa” situación pone de presente que en el ejercicio de la política los antecedentes penales de presidentes, expresidentes, políticos y empresarios no configuran una inmoralidad y mucho menos se asumen como un obstáculo para gobernar por cuanto el presidente Trump cuenta con la aprobación social de una parte importante de la sociedad americana que votó masivamente por él, a pesar de los graves cargos penales por los que finalmente fue condenado; por ser el presidente de la poderosa potencia militar, los demás gobiernos del mundo están obligados a legitimar su mandato y por esa vía los tres fenómenos que poco a poco se vuelven universales pues Estados Unidos no es el único país gobernado por un convicto.
En Colombia se vive algo parecido. El expresidente Álvaro Uribe Vélez es la figura pública que mejor representa a los tres fenómenos aquí señalados. Sus dos periodos presidenciales, más los ochos años de Santos y los cuatro de su títere Iván Duque Márquez naturalizaron la captura empresarial (mafiosa) del Estado y de la democracia. Al igual que Trump, Uribe Vélez tiene antecedentes penales. Recordemos que bajo el número del INPEC 1087985 el político antioqueño estuvo preso por un proceso penal que le inició la Corte Suprema de Justicia por los graves delitos de fraude procesal y manipulación de testigos. Ese proceso está hoy en manos de la Fiscalía y está en etapa de juicio.
El caso Uribe Vélez confirma la presencia de los tres fenómenos en Colombia: al político paisa lo pusieron los banqueros en la Casa de Nariño para que gobernara a favor de sus mezquinos intereses. El mismo expresidente y expresidiario representa la lumpenización de la política. El entonces presidente Juan Manuel Santos lo llamó “rufián de esquina”. Uribe es un macho violento, poco leído como Trump, vulgar y capaz de “dar en la cara marica”. Desde otros ámbitos sociales, políticos y periodísticos lo llaman el “Matarife”, “Paraco” y “asesino”. El realizador de la serie Matarife, Daniel Mendoza Leal lo llama “genocida despiadado” y lo califica de “sociópata”. Trump y Uribe son de derecha. Nada más que agregar.
@germanayalaosor