Un país de contrastes

—Colombia es un país de contrastes tan absurdos que a veces hasta da risa —dijo doña Nati—; risa amarga, claro está. ¿Cómo es posible que en un país tan rico en recursos naturales haya tanta pobreza? Aquí conviven la belleza natural y la fealdad de la violencia; la esperanza y la desesperanza se dan la mano, mientras la corrupción carcome sus cimientos, pero el pueblo es feliz si le pagan por su voto. La brecha económica sigue ampliándose y causando inestabilidad social; la violencia deja heridas que no cicatrizan, y la falta de transparencia socava la confianza en las instituciones. Y la deforestación, la contaminación y el cambio climático amenazan nuestro futuro.

—Si este gobierno no termina pronto, vamos a terminar en el desastre total —sentenció Osquítar—; definitivamente, para que Colombia prospere, hay que cambiar a este gobierno, donde la corrupción es la gota que rebosa el vaso; es el cáncer que está carcomiendo las instituciones y frenando nuestro desarrollo. Roban en salud, en educación, en infraestructura. Y, mientras tanto, nosotros, los ciudadanos de a pie, seguimos pagando los platos rotos.

—Estamos de acuerdo —respondió el ilustre profesor Gregorio Montebell—; pero, peor aún, hay que sumar que la corrupción está carcomiendo las entrañas de nuestra sociedad. Los problemas están interconectados: la desigualdad fomenta la violencia, la corrupción impide el desarrollo sostenible, y así. Pero la cosa tiene causas profundas, y les digo algunas importantes: Por un lado, cargamos el legado de la colonización, la esclavitud y la herencia venenosa del conflicto armado; la violencia, la desconfianza y la desigualdad siguen siendo nuestras compañeras de viaje. Por otro lado, hay concentración de la tierra, debilidad de las instituciones y falta de inversión en educación. ¿Les parece poco? Y, frente a ello, tenemos un gobierno sin liderazgo, con políticas públicas ineficaces y corrupción, y una sociedad indiferente, polarizada y sin participación ciudadana. ¡Pa qué más!

—A pesar de todo, creo en Colombia —dijo doña Nati—. Creo en su gente, en su resiliencia. Pero necesitamos un cambio en serio, de todos, no esperar a que nos cambien. Necesitamos líderes honestos y capaces, que pongan los intereses del país por encima de los propios. Necesitamos una educación de calidad y un sistema de justicia que funcione. A pesar de los desafíos, Colombia tiene un gran potencial, y puede lograrse mucho con una reforma agraria integral, que redistribuya la tierra y apoye a los pequeños agricultores. Debemos aprender a exigir a nuestros representantes y participar en procesos democráticos; con un gobierno que implemente políticas públicas efectivas y combata la corrupción. No todo está perdido en Colombia. Somos como los gatos; caemos de pie; pero a veces nos olvidamos de cómo levantarnos.

@PunoArdila

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